sábado, 27 de octubre de 2012

Un poema de David Hernández sevillano

PUEBLO CASTELLANO

La torre de la iglesia como el mástil
erguido de un velero
despuntaba en un mar de sementeras.
A su abrigaño el pueblo sesteaba.
Enfermaron de frío las palabras
y los sueños. Sólo de alguna débil,
escasa chimenea ascendía
un reguero de humo perezoso
como un recuerdo lento.

Ella reconoció
el roce de febrero en los pulmones.
Llegó de abotonar
los surcos de un pasado fronterizo.
Con sus pasos azules
zigzagueó las calles polvorientas,
se sentó junto al tronco de la olma
y acarició la tierra con sus manos.

No sé qué pasa con el sol de invierno
que abre zanjas de risa en el vacío
y le pone corchetes al silencio.

Un viento suplicante, igual que una
torpe interrogación, serpenteaba,

¿qué quedará de ti cuando hayan vuelto
a sus escaramuzas los vencejos?

Silva el agua lejana de la acequia.
En su lecho de musgo el pueblo duerme.
Ella lo ve y sonríe,
como en todas las cosas de la vida
a fuerza de pasar el tiempo tuvo
una vaga intuición:
que el mundo no terminará en nosotros.

Ella cerró los labios
para que el sueño todo le cupiera.

DAVID HERNÁNDEZ SEVILLANO


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