sábado, 16 de febrero de 2013

Un poema de Rubén Mielgo

REUNIÓN

Somos muchísimos pocos.

Hijos de las altas cumbres
donde los caballos azules
y los sigilosos lobos
preservan intacto
el secreto de la realidad.

Nada tenemos
salvo este momento.

Las raíces de nuestra casa
las calzan nuestros zapatos
y están unidas al cielo
por nuestros sueños.

Nuestro oficio
es el mismo que el de La Tierra.

Cuando nacimos
ocupamos el trono de Dios
y lo pusimos a funcionar,
dando las gracias
en un idioma
en el que gracias
y madre
quieren decir la misma cosa.

El que ama
se asomó al mundo
y se encontró ante un millón de caminos.
Alborotó a las estrellas con los peces.
Miró por un agujero de gusano
y vio mariposas.

El que no supo amar
aceleró su paso sobre el acero.
Se instaló en la guadaña
de la luna menguante.
Quería ser y ya lo era,
y no había modo de hacerle bajar.

En nuestra soledad
ganamos todas las guerras
sin obtener ninguna victoria.
Esperamos,
como quien finge que no espera nada
bajo la lluvia de la noche más larga.

Este fue nuestro campo de batalla,
hasta que el camino
se hizo ancho sobre la hierba
y caminamos,
caminamos sin hacer nada por evitarnos.

Desde que tenemos memoria,
hemos visto a nuestros semejantes
ser conducidos como mansos
de matadero en matadero.

Desde que tenemos memoria
hemos visto derrumbarse imperios
con la ligereza de una pluma de nieve
resbalando entre los dedos de la luz.

Las nubes se abrazan en paz
y no hay misterio
En paz se aprende
que la razón es un continente con fisuras
del que la energía escapa, entre los trazos,
hacia las estrellas.

Nuestro cuerpo nos vincula a creer
que el cielo son las puertas
de los lados de las cajas.
En realidad
todo movimiento es acertado.
La paz es una realidad vibrante
en el campo de danza de las fuerzas.
La paz es la liberación
del universo cuando se toca.

¿Qué estamos mirando cada uno?
Sobre los pilares de mañana no hay luna.

La mirada es una vida recién nacida
en medio de las ruinas,
una vida asombrada de sí misma
por haber regresado
sin haberse ido nunca,
espléndida y vacía bajo las estrellas.

Ahora sabemos
que todos nuestros sueños
forman parte de los sueños de la humanidad,

que basta la mirada nueva
para que el mundo
ponga color a una flor,

para que hayamos
dejado de ser orillas,

y juntos,
de la mano y desnudos,

nos estemos dando este baño de vida
en el Océano Mayor.

RUBÉN MIELGO



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